05 febrero 2015

Mi respuesta a la nota de Iván Ordoñez



ASPECTOS CORRECTOS, ERRORES Y OMISIONES EN LA NOTA DE IVÁN ORDOÑEZ EN LA REVISTA BRANDO
A continuación, algunos párrafos de la nota con mis comentarios luego de cada uno, comenzando por el título (las negritas en los párrafos de Ordoñez tal como están en el original que se puede leer en Internet). El presente escrito no agota el tema.


Tenemos las máquinas.
IMPRECISO. Nuestras sembradoras de siembra directa son excelentes, las mejores del mundo. Pero nuestros equipos pulverizadores dejan muchísimo que desear.


En 2002, el área agrícola argentina no superaba los veinte millones de hectáreas; hacia 2008, la cifra alcanzaba los treinta millones: en solo seis años, el área sembrada había crecido un 30%.

INCORRECTO. También inconsistente, porque debería haber escrito 50 % y no 30. No aclaró si se refería al área sembrada o al área física. En cualquier caso, el área de 2002 era mayor y la de 2008, menor. Hubo un incremento de área sembrada, pero de menor magnitud.


¿Cuáles fueron los aportes argentinos a la Segunda Revolución de las Pampas? 

INCOMPLETO. INCORRECTO. En un escrito de circulación masiva debería aclarar que esa expresión es muy poco usada, debería citar en tal caso quien supuestamente la creó, y debería explicar cual es la primera de esas supuestas revoluciones (algunos coincidiremos en que esa primera sí efectivamente existió).

Exceptuando el inicio de las nuevas colonias agrícolas a partir de 1856, en nuestro país claramente ha habido evoluciones, no revoluciones. Todo ha sido muy lento, con avances, conflictos y retrocesos.


Contrariamente a lo que se cree en los centros urbanos del país, este monumental crecimiento del área sembrada se dio en zonas agrícolas tradicionales como Buenos Aires y Córdoba, con un 75% del incremento, mientras que todo el norte argentino representó solo un 16%.

CORRECTO (como mensaje). El mensaje es pertinente, si bien el incremento en la zona núcleo es algo menor, del orden del 55 a 65 %, según como se lo mida. El avance del área o de la frontera agropecuaria en el norte del país se dio sobre todo antes del período que analiza la nota.


Ese fabuloso proceso económico que renovó la estructura productiva de la Argentina fue el resultado de la unión de tres novedades. 
Primero, la siembra directa: una técnica de siembra de cultivos que, para proteger la materia orgánica del suelo y elevar su retención de agua, descarta el uso del arado. Dejar los desechos de la cosecha del cultivo anterior (los rastrojos) mejora la humedad del suelo, que es muy beneficiosa para el crecimiento de las plantas, mientras que la generación de capas de materia orgánica hace de campos ganaderos, o de bajo rendimiento, zonas óptimas para la agricultura. En zonas como el oeste y el sudeste de la provincia de Buenos Aires, el valor de la hectárea saltó de US$1.000 en 2002 a poco más de US$8.500 en 2013. Segundo, el glifosato, un herbicida que logra dominar múltiples malezas, producto de los altos niveles de materia orgánica resultantes de la siembra directa. Tercero, la semilla resistente a dicho herbicida. 

CONFUSO. CON OMISIONES. La clave de la SD no está mencionada. Consiste en mantener los residuos de cosecha en superficie. Que los rastrojos permanezcan no es una descripción suficiente; con el uso del arado en lugar de la quema o el retiro fuera del lote, los rastrojos también permanecen (enterrados totalmente).

Los datos sobre la evolución del precio de la tierra están muy sesgados, intentando mostrar un aumento que no fue tal. Por otro lado, el incremento en el valor de la tierra depende de varios factores, no sólo de la tecnología. El clima de negocios, la tasa de interés en los mercados nacionales e internacionales y la marcha mundial del rubro agropecuario son los factores clave. Tomando los extremos temporales de la nota, 2002 y 2013 (luego de la ley de bosques, el conflicto de 2008 por las retenciones móviles y la ley de tierras), la Argentina es uno de los países en donde se registran menores incrementos de valor.

La primera referencia al glifosato es agronómicamente indescifrable, imprecisa totalmente.

Aquí hay una omisión importante. El glifosato es un herbicida que ha tenido mucho desarrollo a lo largo de toda su vida comercial, en EE.UU. y aquí. No necesitó de la transgénesis para ser un herbicida fundamental y muy rentable para su fabricante, e importantísimo para el productor. La transgénesis potenció su liderazgo. Por otro lado, la formulación sal amina de glifosato al 48 % costaba US$ 30 / lt durante inicios y mitad de los ´70, bajó a US$ 24 / lt durante el final de esa década y si bien continuó bajando, a US$ 18 / lt durante los años 1982 a 1984, seguía en ese rango que permitía alta renta para el fabricante y gran versatilidad de uso para el productor.


En sus inicios, el sistema de siembra directa encontraba numerosas trabas. La primera era estrictamente mecánica. Allá por los setenta, los pioneros locales de la siembra directa se enfrentaban a máquinas sembradoras que no podían darles lo que necesitaban. Las antiguas sembradoras no servían para trabajar en el ecosistema de la siembra directa, ya que estaban diseñadas para ser el paso posterior al arado, que al dar vuelta la tierra, destrozaba el colchón de materia orgánica. Esto hacía que la sembradora tradicional solo tuviera una función: empujar la semilla dentro de la tierra. Además, eran muy livianas y no podían afirmarse y "sembrar en hilera", un punto clave en la agricultura capitalista moderna, ya que se trabaja en serie, manejando con estadística el comportamiento de muchos organismos vivos. 

ERRÓNEO. No existe ningún “colchón” de materia orgánica, que es apenas 1-5% de la fracción sólida del suelo (más de 3,5 % sólo en muy pocos casos). Lo que hay son rastrojos, que sólo en algunos cultivos tienen buen volumen y relación C/N apropiada.

A título informativo, conviene decir que sembrar en hilera artesanalmente es algo que se hace desde las civilizaciones china y babilónica y mecánicamente, desde el invento de Jethro Tull en el año 1701, previo a la Revolución Industrial. Además, no hay necesariamente una vinculación lógica entre sembrar en hileras y practicar una agricultura industrial.

Nuestras sembradoras eran muy livianas, y simplemente no podían clavarse en planteos de SD.

Hasta la llegada de la agricultura de precisión, no se utilizaba la estadística en absoluto. Actualmente, los errores en el procesamiento estadístico de la gran masa de datos son el punto débil de esta nueva disciplina. Ni antes ni ahora la estadística tuvo un lugar significativo.


Las primeras sembradoras de directa las desarrollaron productores argentinos, gringos santafesinos que se daban maña en el taller, modificando maquinaria existente. Entre ellos, se puede mencionar a Heri Rosso o Ricardo Ayerza, a quienes se sumaron rápidamente Rogelio Fogante, Víctor Trucco y Jorge Romagnoli, entre otros veinte productores que años más tarde fundarían Aapresid, la Asociación de Productores en Siembra Directa, una red que sería clave en la difusión de tecnología. Dicen que Heri Rosso era el más fierrero, mientras que Trucco, biólogo, aportaba la mirada científica. El desafío era hacer una máquina pesada que no se trabara cuando hiciera un tajo en los rastrojos para insertar la semilla. Era difícil; los primeros inventos no aguantaban ni veinte metros antes de atorarse con el rastrojo. La clave del éxito, recuerda Agustín Bianchini, un sojero, fue el diseño de una cuchilla ondulada, que los gringos llaman "cuchilla raviolera" porque es idéntica a la que usan las abuelas para preparar la pasta. 

INCORRECTO. La mayoría de los citados no son santafesinos. La cuchilla es un aspecto entre muchos (capacidad de clavado, control de profundidad, rodamientos, peso, abresurcos, tapasurcos, etc.). Ya había diseños en EE.UU. para copiar. Había que adaptar, cosa que se hizo, tanto por la gente nombrada como por otros.


El proceso de desarrollo fue muy lento debido a que quienes probaban esta tecnología eran considerados unos excéntricos y sembraban en amplia minoría, casi de manera experimental. En 1978, se dieron dos hechos determinantes: por un lado, el dueño de Agrometal visitó el Farm Progress Show (la Expoagro de Estados Unidos, que hoy es pequeña frente a la versión argentina) y se convenció de la necesidad de mirar diseños de sembradoras norteamericanas para mejorarlas. Por el otro, el INTA Marcos Juárez, que es el más especializado en maquinaria agrícola, firmó un convenio con Gherardi y Agrometal (dos fabricantes) para comenzar a desarrollar las primeras pruebas en los potreros cedidos por el instituto. 
Hoy, la economía argentina cuenta con una centena de compañías dedicadas a hacer sembradoras de directa. Hay empresas argentinas que lideran el mercado brasileño. Muchas también exportan a cualquier país del mundo que quiera extender su frontera agrícola. El periodista Héctor Huergo dice que la verdadera "directa" es la que hacían los indios, empujando cada semilla con un palito al fondo de la tierra. Quizás en un futuro se vuelva a las raíces. 


MERECE COMENTARIOS. Hacia mediados de los ´70 los intentos eran conocidos, pocas personas creían que fuera una excentricidad. Sólo faltaban varios factores clave (maquinaria y manejo adecuados, pero sobre todo menores precios en los herbicidas). Son interesantes los desarrollos de Bayer o de algunos de sus distribuidores, para el herbicida Sencorex, por ejemplo en siembras de soja de segunda.

Junto con los Ing. Agr. Eduardo Cantoia y Hugo Corina, visité al Ing. Agr. Rogelio Fogante a mediados de 1986. Para ese momento, él usaba arado de rejas en prácticamente todos los lotes que sembraba. Y Rosso, con quien también conversamos en esa misma oportunidad, estaba encerrado en un planteo de soja de primera contínua, que era agronómicamente insostenible en el tiempo.

Vale decir, también eran necesarios muchos ajustes agronómicos, de manejo. Y esos pioneros todavía carecían de un diseño adecuado hacia mediados de los ´80.

Tal vez convenga detallar en otro momento la siembra “a golpe”, practicada por muchos aborígenes. Por ahora, conviene decir que no hacía surcos sino hoyos, colocando varias semillas en cada uno. Sembrar mecánicamente a golpe y no a surco es un gran desafío, sin una contraprestación que aparentemente lo justifique.


El problema de la siembra directa era que el colchón de materia orgánica generaba muchas malezas. ¿Qué es una maleza? Es toda planta que un productor no quiere que crezca, porque compite por recursos (agua, sol y espacio terrestre) y con la que pretende ganar dinero. El paquete de agroquímicos que lograba dominar esa ebullición de malezas era demasiado caro y hacía la técnica inviable. El glifosato es un herbicida no selectivo, es decir, que ataca a múltiples malezas y, por lo tanto, con una sola aplicación eliminaba las malezas, pero también la soja. Hasta que llegó la transgénica. 


EN BUENA PARTE INEXACTO. POCO CLARO, INDUCE A ERRORES. Como ya se dijo, el glifosato tuvo mucho desarrollo. Para inicios de los ´90 los herbicidas ya no eran excesivamente costosos (incluso con Alfonsín tenían una alícuota de IVA de 5 puntos, menor a la de cualquier otro insumo gravado, y se utilizaban mucho). La SD y el desarrollo del glifosato fueron siempre juntas.

Debe mencionarse en primer término a la famosa “soguita”, previa a la masificación de la SD (permitía un interesante control de sorgo de Alepo de rizoma y en parte de semilla, con sólo 500 cc de glifosato 48 % / ha, si bien era un control tardío).

El glifosato también se usaba en barbecho químico antes de la soja de segunda (también estaba aprobado para ser usado como desecante en el trigo, bajo ciertas restricciones) y en el troceado químico de los rizomas de sorgo de Alepo en los barbechos previos a soja de primera (esto último, el troceado químico para activar yemas, más el uso de variedades de ciclo corto, son 2 grandes aportes agronómicos de Rogelio Fogante).

Antes de la SD, las trifluralinas eran muy utilizadas. Lo mismo, los postemergentes de contacto selectivos para hoja ancha y los postemergentes graminicidas sistémicos.

Además, si bien es cierto que la transgénesis demoró no menos de 5 años en difundirse, como bien dice la nota, falta un dato relevante. Durante los primeros 5 ó 6 años de adopción de la transgénesis en soja, el área sembrada prácticamente no varió, pese a 2 campañas sucesivas con mucha lluvia (sobre todo la del Niño ´97/´98) y buenos precios. La segunda mitad del ´98, con aumentos en los precios de granos y de hacienda, marcó récords en los precios de la tierra, en valores que luego no se sostuvieron, con la crisis iniciada en enero del ´99 con la devaluación de la moneda brasileña.

Vale decir, volviendo al punto, el productor promedio estaba cómodo con el uso del glifosato, no estaba a la espera de un cambio en ese sentido. Cuando se empezó a hablar de transgénesis, todo era novedad.

En 1993, participé en una charla de profesores estadounidenses en la Universidad Austral, con un número importante de los profesionales y académicos de la zona de Rosario. Para generar un diálogo con los asistentes, el primer expositor preguntó qué era la ingeniería genética. Fui la única persona que levantó la mano para contestar. Dije algo más o menos parecido a que la genética elige dentro de una especie; en cambio la ingeniería genética traslada genes de un organismo a otro, por lo tanto no elige sino que fabrica. El disertante se alegró con mi intervención, algunos conocidos que compartían el auditorio me miraron extrañados por mis conocimientos cuasi exclusivos y yo a su vez me sorprendí mucho de que nadie más supiera qué decir al respecto. Luego, el mismo día, en uno de los grupos de trabajo para un estudio de caso dije que una crítica de grupos ecologistas era que se estaba buscando resistencia a plaguicidas, en lugar de resistencia a plagas. Allí alguna gente me miró de nuevo, extrañada por esa “novedad”. Corría el año ’93 como ya dije al comienzo, no había Internet, las comunicaciones eran mucho más limitadas, pero ya existían artículos y libros que tocaban este tema (aunque pocos estuvieran enterados).

El desconocimiento de la transgénesis se verifica también con la jornada de presentación del primer evento, en noviembre del ´96 en Rosario, en la Sociedad Rural, a la que asistimos no más de 15 ó 20 personas.


En este punto es donde aparece el aspecto político de la larga construcción que devino, mediante el esfuerzo y el ingenio de hombres de negocios y también funcionarios, en la Segunda Revolución de las Pampas. Un grupo de jóvenes del campo que se fueron enamorando del peronismo hicieron un aporte crucial en este sentido. Según la leyenda que suele contar Héctor Huergo, el evento fundacional en este aspecto es la decisión de Armando Palau, secretario de Agricultura en 1973, de traer en dos Hércules de la Fuerza Aérea Argentina cargamentos de semilla desde Estados Unidos porque, debido a malas campañas, peligraba el fluido abastecimiento de la soja. Ya en los años ochenta, Antonio Cafiero, el presidente que no fue, pero llegó a gobernador, tenía como referente en asuntos del campo a Palau, quien a su vez apuntó como su delfín a un joven ingeniero agrónomo con inclinaciones hacia la política pública: Felipe Solá. 


SESGADO. TAL VEZ MALICIOSO. CLARAMENTE INEXACTO, SOBRE TODO POR INCOMPLETO. Comentar la historia del cultivo de soja en el país es de extrema importancia, pero excede totalmente a este escrito. Sí conviene decir que el cultivo no se desarrollaba no por desconocimiento sino por el carácter extremadamente cerrado de nuestra economía (elevados aranceles para importar herbicidas y maquinaria, prohibición de exportar oleaginosas sin procesar) y por la total desprotección a la propiedad intelectual en materia de genética vegetal. Tampoco había mercados ni cotizaciones para la soja.

Hubo 2 medidas del gobierno de Illia que mejoraron la situación. Una ley de estímulo a la compra de semilla original (no resolvía el problema de fondo, la protección a la propiedad intelectual, pero estimulaba las ventas de los criaderos semilleros) y la puesta en marcha de precios sostén.

La primera medida fue derogada en el ´76, pero ya estaba vigente la ley de semillas 20.247 del 30 de marzo del ´73 (promulgada con las firmas de Lanusse y Ernesto Parellada).

Decir o sugerir que debemos la realidad actual de la soja al peronismo es un absurdo. En los ´50 Perón tenía toda la información para impulsar el cultivo; no hizo nada.

Es cierto que el Perón de los ´70 estaba más informado que casi todos los políticos, periodistas e intelectuales incluso. Esto no significa que estuviera necesariamente bien informado (estaba muy influido por el catastrofismo absurdo del Club de Roma). Cuando en 1972 dijo “ecología” en Buenos Aires, en vivo por TV, varios periodistas luego dijeron algo parecido a “no sabemos, dijo ecología, tal vez quiso decir economía”. Estábamos tan pero tan aislados y atrasados que ni siquiera conocíamos el término (1972 fue el año de la primera gran cumbre mundial sobre el ambiente).

Se trajeron 40 tn de semilla que sirvieron para sembrar menos de 450 hectáreas. En qué cambió la evolución del cultivo? En nada. Ya había mucho germoplasma, y tarde o temprano se iniciarían los ingresos por el canal correspondiente, los criaderos privados. La decisión de traer la semilla por avión es puramente administrativa e intrascendente. Se demoró tanto el traslado, que en octubre del ´73 se decidió hacerlo por avión (previo a eso, el área ya era de 175.000 ha y el crecimiento posterior se dio sobre todo por la ley de semillas, no por la importación de semilla).


El evento transgénico que otorga la resistencia al glifosato aterrizó más tarde en el despacho de Solá, ya secretario de Agricultura de Menem. El 25 de marzo de 1996, Solá aprobó su uso comercial mediante la resolución 167, hoy célebre en el sector. 

EXAGERADO. Se trata de una decisión administrativa. Rápida, más o menos oportuna, sí; pero incompleta. La gestión del menemismo no resolvió ni los problemas de propiedad intelectual de los eventos y sus royalties ni lo más importante de las regulaciones, los aspectos agronómicos, sobre los que ahora estamos empezando a pagar costos altísimos (además de la tremenda descapitalización de US$ 15.000 M en la fertilidad de los suelos, del lucro cesante, cifra que duplica a la anterior si bien la incluye según como se lo razone al cálculo). En esto siempre tuvo una premonitoria razón Trucco cada vez que decía el problema es la erosión y la erosión es un problema del suelo, no de los cultivos. Hemos reemplazado un problema por otro igualmente gravísimo, el agotamiento de la fertilidad química, física y tal vez biológica de los suelos. Y este sí es un problema causado por los cultivos y su (des)manejo, tanto a nivel predial (balance negativo de nutrientes en todas las campañas) como global (aprobaciones insólitas de eventos innecesarios, con el mecanismo de Solá, incluso para todo el país, sin ninguna regionalización).


La producción agropecuaria está expandida por el territorio; esto eleva significativamente los costos de auditoría y, por lo tanto, genera una escala de producción pequeña. Más de 50.000 productores adoptaron el trípode siembra directa-glifosato-semilla resistente al glifosato de un modo relativamente independiente en solo cinco años. No hubo coordinación centralizada y fueron los primeros del mundo en hacerlo, presionados por una rentabilidad apretada de costos dolarizados por la convertibilidad y precios globales de las materias primas que en los noventa estaban en un promedio de US$250 por tonelada de soja. Cuando, a partir de 2003, el precio de la soja pasó a un promedio de US$450 la tonelada, los productores agrícolas tenían el velero montado para aprovechar el viento. 


INCORRECTO. Los costos de auditoría (¿de qué?, el artículo no lo precisa) no son ninguna limitante. Fue la pesificación asimétrica lo que permitió la rápida recuperación del campo (tomando los valores actuales de los activos y de la facturación, la deuda de entonces equivale a unos US$ 30.000 millones de hoy).

No fuimos los primeros ni los únicos en adoptar estas tecnologías.

También es un error creer que todo marchó bien desde 2003. Por ejemplo, un gran déficit ha sido el relacionamiento del sector con el mercado de capitales en referencia a inversiones a riesgo. Desde esa época han habido algunos pools de siembra funcionando como fideicomisos financieros con oferta pública, organizados como FIDs, fondos de inversión directa. FAID 2011 sembró durante 4 campañas sucesivas. Cerró con un default de US$ 2 M y reintegró sólo un 78 % de los valores de deuda fiduciaria clase B (VDF B). Fideiagro 2009 tenía previsto sembrar durante 4 campañas sucesivas. Solicitó a la CNV una prórroga para un año más. La autorización, condicionada, la recibió tardíamente en noviembre de 2009, pese a lo cual prosiguió una campaña más. Cerró con un default de US$ 2 M (incluso alcanzó a la Anses, porque 2 AFJP habían invertido allí, en títulos subordinados). Pudo reintegrar sólo un 37 % de los VDF B.



Hay mucho más para agregar. Quedará para otro momento, aunque antes conviene decir algunas cosas más, a modo de conclusiones preliminares y de dudas que quedan planteadas, dudas del pasado y también del presente.

Los análisis históricos deben ser rigurosos.

Una correlación no implica necesariamente una relación causa-efecto.

No nombrar entre otros a Ramón Agrasar, a Enrique Roquero, a Primo Gambetta, a la localidad de Sanford, a la de Coronel Bogado, a la historia argentina de la soja del siglo XIX (sí XIX) y XX es omitir los orígenes del cultivo.

Omisiones y errores similares con la historia de la SD también quitan rigor (esto excede a Ordoñez, conviene recordar que para Aapresid la historia de la SD empieza en Inglaterra, porque confunde UK United Kingdom con Universidad de Kentucky, EE.UU.).

Los errores actuales, los que seguimos cometiendo (pésima política de refugios, de aprobación de eventos, de prevención de aparición de malezas resistentes), ¿no son en cierta medida consecuencias de nuestros desconocimientos del pasado y de la adopción de “relatos”?

¿Por qué en nuestro país no había soja a inicios de los ´50 y en EE.UU. se sembraban ya 10 millones de hectáreas?

¿Por qué en nuestro país había sólo 170.000 ha con soja en 1973 vs casi 20 millones en EE.UU.?

Por qué en nuestro país no se riega a la soja (“porque no conviene” se dice) cuando en EE.UU. se riega más del 8 % de toda la soja implantada (casi 3 millones de ha).

Los 4 mil caracteres de una nota, ¿son un obstáculo o una ayuda? Parece más lo segundo. Vale decir, una nota más larga, posiblemente hubiera contenido más errores y/u omisiones. Además, si la limitante era el espacio, ¿para qué desperdiciarlo con anécdotas y datos irrelevantes o secundarios?

La verdadera revolución de la soja, el verdadero gran agregado de valor, se dará cuando transformemos fronteras adentro la proteína vegetal en proteína animal, a gran escala. Con eso, podremos generar la totalidad de las divisas necesarias para afrontar nuestras necesidades energéticas y de financiamiento.

Somos el único país productor que no lo hace, e insólitamente, nos enorgullecemos de eso.

Ing. Agr. Luis Villa
@LuisVilla2805